sábado, 31 de marzo de 2007

REGISTRO EN EL BLOG

Para aliviar la comprensión del procedimiento de inscripción a un “Blog” hemos preparado el presente manualcillo de “cortapalos”

1. Enviar un mail de solicitud para formar parte de este blog al e-mail alejandrotapiac@gmail.com que corresponde al administrador.

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sábado, 17 de marzo de 2007

FUNES EL MEMORIOSO



J.L. Borges

Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura pasionaria en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera. Lo recuerdo, la cara taciturna y aindiada y singularmente remota, detrás del cigarrillo. Recuerdo (creo) sus manos afiladas de trenzado. Recuerdo cerca de esas manos un mate, con las armas de la Banda Oriental; recuerdo en la ventana de la casa una estera amarilla, con un vago paisaje lacustre. Recuerdo claramente su voz; la voz pausada, resentida y nasal del orillero antiguo, sin los silbidos italianos de ahora. Más de tres veces no lo vi; la última, en 1887... Me parece muy feliz el proyecto de que todos aquellos que lo trataron escriban sobre él; mi testimonio será acaso el más breve y sin duda el más pobre, pero no el menos imparcial del volumen que editarán ustedes. Mi deplorable condición de argentino me impedirá incurrir en el ditirambo -género obligatorio en el Uruguay, cuando el tema es un uruguayo. Literato, cajetilla, porteño; Funes no dijo esas injuriosas palabras, pero de un modo suficiente me consta que yo representaba para él esas desventuras. Pedro Leandro Ipuche ha escrito que Funes era un precursor de los superhombres, "un Zarathustra cimarrón y vernáculo "; no lo discuto, pero no hay que olvidar que era también un compadrito de Fray Bentos, con ciertas incurables limitaciones.
Mi primer recuerdo de Funes es muy perspicuo. Lo veo en un atardecer de marzo o febrero del año 84. Mi padre, ese año, me había llevado a veranear a Fray Bentos. Yo volvía con mi primo Bernardo Haedo de la estancia de San Francisco. Volvíamos cantando, a caballo, y ésa no era la única circunstancia de mi felicidad. Después de un día bochornoso, una enorme tormenta color pizarra había escondido el cielo. La alentaba el viento del Sur, ya se enloquecían los árboles; yo tenía el temor (la esperanza) de que nos sorprendiera en un descampado el agua elemental. Corrimos una especie de carrera con la tormenta. Entramos en un callejón que se ahondaba entre dos veredas altísimas de ladrillo. Había oscurecido de golpe; oí rápidos y casi secretos pasos en lo alto; alcé los ojos y vi un muchacho que corría por la estrecha y rota vereda como por una estrecha y rota pared. Recuerdo la bombacha, las alpargatas, recuerdo el cigarrillo en el duro rostro, contra el nubarrón ya sin límites. Bernardo le gritó imprevisiblemente: "¿Qué horas son, Ireneo?"". Sin consultar el cielo, sin detenerse, el otro respondió: 'Faltan cuatro minutos para las ocho, joven Bernardo Juan Francisco". La voz era aguda, burlona. Yo soy tan distraído que el diálogo que acabo de referir no me hubiera llamado la atención si no lo hubiera recalcado mi primo, a quien estimulaban (creo) cierto orgullo local, y el deseo de mostrarse indiferente a la réplica tripartita del otro.
Me dijo que el muchacho del callejón era un tal Ireneo Funes, mentado por algunas rarezas como la de no darse con nadie y la de saber siempre la hora, como un reloj. Agregó que era hijo de una planchadora del pueblo, María Clementina Funes, y que algunos decían que su padre era un médico del saladero, un inglés O'Connor, y otros un domador o rastreador del departamento del Salto.
Vivía con su madre, a la vuelta de la quinta de los Laureles. Los años 85 y 86 veraneamos en la ciudad de Montevideo. El 87 volví a Fray Bentos. Pregunté, como es natural, por todos los conocidos y, finalmente, por el "cronométrico Funes". Me contestaron que lo había volteado un redomón en la estancia de San Francisco, y que había quedado tullido, sin esperanza. Recuerdo la impresión de incómoda magia que la noticia me produjo: la única vez que yo lo vi, veníamos a caballo de San Francisco y él andaba en un lugar alto; el hecho, en boca de mi primo Bernardo, tenía mucho de sueño elaborado con elementos anteriores. Me dijeron que no se movía del catre, puestos los ojos en la higuera del fondo o en una telaraña. En los atardeceres, permitía que lo sacaran a la ventana. Llevaba la soberbia hasta el punto de simular que era benéfico el golpe que lo había fulminado... Dos veces lo vi atrás de la reja, que burdamente recalcaba su condición de eterno prisionero: una, inmóvil, con los ojos cerrados; otra, inmóvil también, absorto en la contemplación de un oloroso gajo de santonina. No sin alguna vanagloria yo había iniciado en aquel tiempo el estudio metódico del latín. Mi valija incluía el De viris illustribus de Lhomond, el Thesaurus de Quicherat, los Comentarios de Julio César y un volumen impar de la Naturalis historia de Plinio, que excedía (y sigue excediendo) mis módicas virtudes de latinista. Todo se propala en un pueblo chico; Ireneo, en su rancho de las orillas, no tardó en enterarse del arribo de esos libros anómalos. Me dirigió una carta florida y ceremoniosa, en la que recordaba nuestro encuentro, desdichadamente fugaz, "del día 7 de febrero del año 84", ponderaba los gloriosos servicios que don Gregorio Haedo, mi tío, finado ese mismo año, "había prestado a las dos patrias en la valerosa jornada de Ituzaingó ", y me solicitaba el préstamo de cualquiera de los volúmenes, acompañado de un diccionario "para la buena inteligencia del texto original, porque todavía ignoro el latín". Prometía devolverlos en buen estado, casi inmediatamente. La letra era perfecta, muy perfilada; la ortografía, del tipo que Andrés Bello preconizó: i por y, f por g. Al principio, temí naturalmente una broma. Mis primos me aseguraron que no, que eran cosas de Ireneo. No supe si atribuir a descaro, a ignorancia o a estupidez la idea de que el arduo latín no requería más instrumento que un diccionario; para desengañarlo con plenitud le mandé el Gradus ad Parnassum de Quicherat y la obra de Plinio.
El 14 de febrero me telegrafiaron de Buenos Aires que volviera inmediatamente, porque mi padre no estaba "nada bien". Dios me perdone; el prestigio de ser el destinatario de un telegrama urgente, el deseo de comunicar a todo Fray Bentos la contradicción entre la forma negativa de la noticia y el perentorio adverbio, la tentación de dramatizar mi dolor, fingiendo un viril estoicismo, tal vez me distrajeron de toda posibilidad de dolor. Al hacer la valija, noté que me faltaban el Gradus y el primer tomo de la Naturalis historia. El "Saturno" zarpaba al día siguiente, por la mañana; esa noche, después de cenar, me encaminé a casa de Funes. Me asombró que la noche fuera no menos pesada que el día. En el decente rancho, la madre de Funes me recibió. Me dijo que Ireneo estaba en la pieza del fondo y que no me extrañara encontrarla a oscuras, porque ireneo sabía pasarse las horas muertas sin encender la vela. Atravesé el patio de baldosa, el corredorcito; llegué al segundo patio. Había una parra; la oscuridad pudo parecerme total. Oí de pronto la alta y burlona voz de Ireneo. Esa voz hablaba en latín; esa voz (que venía de la tiniebla) articulaba con moroso deleite un discurso o plegaria o incantación. Resonaron las sílabas romanas en el patio de tierra; mi temor las creía indescifrables, interminables; después, en el enorme diálogo de esa noche, supe que formaban el primer párrafo del capítulo xxiv del libro vii de la Naturalis historia. La materia de ese capítulo es la memoria; las palabras últimas fueron ut nihil non iisdern verbis redderetur audíturn.
Sin el menor cambio de voz, Ireneo me dijo que pasara. Estaba en el catre, fumando. Me parece que no le vi la cara hasta el alba; creo rememorar el ascua momentánea del cigarrillo. La pieza olía vagamente a humedad. Me senté; repetí la historia del telegrama y de la enfermedad de mi padre. Arribo, ahora, al más difícil punto de mi relato. Éste (bueno es que ya lo sepa el lector) no tiene otro argumento que ese diálogo de hace ya medio siglo. No trataré de reproducir sus palabras, irrecuperables ahora. Prefiero resumir con veracidad las muchas cosas que me dijo Ireneo. El estilo indirecto es remoto y débil; yo sé que sacrifico la eficacia de mi relato; que mis lectores se imaginen los entrecortados períodos que me abrumaron esa noche.
Ireneo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los veintidós idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Con evidente buena fe se maravilló de que tales casos maravillaran. Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios; no me hizo caso.) Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles.
Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etcétera. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entre sueños.
Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: "Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo". Y también: "Mis sueños son como la vigilia de ustedes". Y también, hacia el alba: "Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras". Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio. No sé cuántas estrellas veía en el cielo.
Esas cosas me dijo; ni entonces ni después las he puesto en duda. En aquel tiempo no había cinematógrafos ni fonógrafos; es, sin embargo, inverosímil y hasta increíble que nadie hiciera un experimento con Funes. Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo. La voz de Funes, desde la oscuridad, seguía hablando. Me dijo que hacia 1886 había discurrido un sistema original de numeración y que en muy pocos días había rebasado el veinticuatro mil. No lo había escrito, porque lo pensado una sola vez ya no podía borrársele.
Su primer estímulo, creo, fue el desagrado de que los treinta y tres orientales requirieran dos signos y tres palabras, en lugar de una sola palabra y un solo signo. Aplicó luego ese disparatado principio a los otros números. En lugar de siete mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, el gas, la caldera, Napoléon, Agustín de Vedía. En lugar de quinientos, decía nueve. Cada palabra tenía un signo particular, una especie de marca; las últimas eran muy complicadas... Yo traté de explicarle que esa rapsodia de voces inconexas era precisamente lo contrario de un sistema de numeración. Le dije que decir 365 era decir tres centenas, seis decenas, cinco unidades: análisis que no existe en los "números" El Negro Timoteo o manta de carne. Funes no me entendió o no quiso entenderme. Locke, en el siglo xvii, postuló (y reprobó) un idioma imposible en el que cada cosa individual, cada piedra, cada pájaro y cada rama tuviera un nombre propio; Funes proyectó alguna vez un idioma análogo, pero lo desechó por parecerle demasiado general, demasiado ambiguo. En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil. Pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez.
Los dos proyectos que he indicado (un vocabulario infinito para la serie natural de los números, un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo) son insensatos, pero revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferír el vertiginoso mundo de Funes. Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez. Refiere Swift que el emperador de Lilliput discernía el movimiento del minutero; Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso. Babilonia, Londres y Nueva York han abrumado con feroz esplendor la imaginación de los hombres; nadie, en sus torres populosas o en sus avenidas urgentes, ha sentido el calor y la presión de una realidad tan infatigable como la que día y noche convergía sobre el infeliz Ireneo, en su pobre arrabal sudamericano. Le era muy difícil dormir. Dormir es distraerse del mundo; Funes, de espaldas en el catre, en la sombra, se figuraba cada grieta y cada moldura de las casas precisas que lo rodeaban. (Repito que el menos importante de sus recuerdos era más minucioso y más vivo que nuestra percepción de un goce físico o de un tormento físico.) Hacia el Este, en un trecho no amanzanado, había casas nuevas, desconocidas. Funes las imaginaba negras, compactas, hechas de tiniebla homogénea; en esa dirección volvía la cara para dormir. También solía imaginarse en el fondo del río, mecido y anulado por la corriente.
Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos. La recelosa claridad de la madrugada entró por el patio de tierra.
Entonces vi la cara de la voz que toda la noche había hablado. Ireneo tenía diecinueve años; había nacido en 1868; me pareció monumental como el bronce,
más antiguo que Egipto, anterior a las profecías y a las pirámides. Pensé que cada una de mis palabras (que cada uno de mis gestos) perduraría en su
implacable memoria; me entorpeció el temor de multiplicar ademanes inútiles.

Ireneo Funes murió en 1889, de una congestión pulmonar.

martes, 6 de marzo de 2007

EFECTO SAN MATEO


Mario Bunge**


El versículo 13 del capítulo 19 del Evangelio atribuido a San Mateo reza así: "porque a cualquiera que tiene, le será dado, y tendrá más; pero al que no tiene, aún lo que tiene le será quitado". El versículo 25,29 es una repetición casi exacta del anterior. San Marcos (84,25) y San Lucas (8,18 y 19,26) concuerdan. Quienes ven en Cristo un precursor de Ronald Reagan se regocijan. Quienes lo ven como un precursor de Karl Marx sostienen que Cristo no hizo sino citar un proverbio corriente en su tiempo, con el fin de exhibir la iniquidad del mundo en su tiempo. Dejemos la investigación de este punto a los especialistas en hermenéutica bíblica. A nosotros nos interesa la relación de ese versículo con la sociología de la ciencia.

Robert K. Merton, el padre de la moderna sociología de la ciencia, bautizó con el nombre de "efecto San Mateo" el hecho de que los investigadores científicos eminentes cosechan aplausos mucho más nutridos, que otros investigadores, menos conocidos, por contribuciones equivalentes .Por ejemplo, si un autor famoso F colabora con un desconocido D, en un trabajo hecho casi exclusivamente por D, la gente tiende a atribuirle todo el mérito a F. Por cierto, el maestro le hace un favor al aprendiz al firmar juntamente un trabajo: lo lanza. Pero, se hace así mismo un favor mayor, porque la gente tenderá a recordar el nombre del maestro, olvidando el de su colaborador.

Si un premio Nobel dice una gansada, ésta aparece en todos los periódicos, pero si un oscuro investigador tiene un golpe de genio, el público no se entera. Un profesor en Harvard, Columbia, Rockefeller, Berkeley o Chicago no tiene dificultades en publicar en las mejores revistas: se presume que es un genio. No en vano la mitad de los premios Nobel del mundo trabajan o han trabajado en esas Universidades. En cambio, un genio sepultado en un oscuro college, o en un país subdesarrollado, enfrenta obstáculos enormes. A menos que tenga un gran tesón y mucha suerte (o sea, una oportunidad que sepa aprovechar), jamás saldrá a flote.

El efecto San Mateo puede explicarse por dos mecanismos. Uno es el de la memoria el otro el del proceso de selección. Si un lector ve una lista de trabajos, cada uno de ellos firmado por el catedrático famoso y un colaborador (aprendiz, desconocido, oscuro, sumergido, etc.), ¿cuál de los nombres retendrá? Si el director de una revista recibe dos trabajos de méritos equivalentes, uno firmado por S. Notorio, catedrático en la Universidad Preclara y el otro firmado por T.Nemo, ayudante de cátedra en la Universidad de las Islas Molucas, ¿en cuál de ellos depositará mas confianza?.

Además, está el asunto de la pertenencia a una red o clique. En esto tengo alguna experiencia. Hace tres décadas me presenté a concurso en una universidad inglesa recién creada. Le dieron la cátedra a un borracho sin doctorado ni publicaciones, quien murió al poco tiempo de cirrosis del hígado. Años después me enteré que el jurado había preferido a un compatriota conocedor de las reglas del juego británico, a un sudamericano que, aunque había publicado libros y artículos en inglés y en otras lenguas, no pertenecía a la red. Mi rival había fracasado en su intento de doctorarse, pero había hecho el intento en el lugar adecuado. El fracasar en la Universidad de Oxford tenía más mérito que triunfar en la Universidad de Buenos Aires o de La Plata.

Durante una visita a la India tuve ocasión de confirmar la hipótesis de que más vale fracasar en el lugar adecuado que triunfar en el inadecuado. Allí encontré a varias personas que me dejaron sus tarjetas de visita en las que, debajo del nombre, se leía " Ph. D. (failed) Oxford" o sea, “doctorado fallido” en Oxford. Presumiblemente, este fracaso les había abierto muchas puertas. Al fin y al cabo, no es lo mismo ser derrotado en una célebre batalla, que vencer en una refriega callejera.

Existen abundantes observaciones del efecto San Mateo, por ejemplo, hay un sensacional experimento hecho hace una decena de años. Un equipo de científicos seleccionó una cincuentena de artículos de investigadores reputados que trabajaban en Universidades norteamericanas de primera línea, que habían sido publicados un par de años antes. Cambiaron los títulos de los artículos, les inventaron autores ficticios empleados en colleges de baja categoría, y los enviaron a las mismas revistas donde habían sido publicados. Casi todos los artículos fueron rechazados. Los autores de la jugarreta, validos de su reputación, lograron publicar los resultados de su experimento en un par de revistas.

Un escritor canadiense hizo un experimento similar con una revista literaria que había rechazado sistemáticamente sus cuentos. Le envió a la misma revista media docena de cuentos de clásicos contemporáneos, tales como Joseph Conrad y Jack London, cambiándoles los títulos y los nombres de los autores. La revista los rechazó. Cuando el autor denunció este escándalo, los críticos literarios en cuestión tuvieron la desvergüenza de defender su decisión . Al parecer, pensaban que un cuento es necesariamente bueno si es escrito por un escritor famoso y no que un autor merece fama si escribe buenos cuentos.

El efecto San Mateo es uno de los mecanismos que intervienen en la estratificación social de las comunidades científicas. El estrato superior es ocupado por individuos que han dado su nombre a una teoría, una ley o un método utilizado o enseñado por muchos. El rango inmediatamente inferior es el de los premios Nobel que aún no son ampliamente conocidos como los progenitores de tal o cual teoría, ley o método.

Este escaño es compartido por los nobelizables, candidatos que están en la lista de espera, o que nunca lograron el premio, quizás por haber sido objeto de discriminación ideológica (como parecen haber sido los casos de John D. Bernal, J.B.S. Haldane y Raúl Prebish). En tercer lugar, vienen los jefes de escuela o maitres à penser, que encabezan equipos formales o informales caracterizados por su originalidad y productividad. En cuarto lugar, están los miembros subalternos de estos equipos y los investigadores individuales desconocidos fuera de un pequeño círculo. El quinto y último escaño es ocupado por los que jamás publican: éstos forman el lumpen proletariado de la ciencia.

De hecho, la mayoría de los que se doctoran en alguna ciencia sólo llegan a publicar un artículo, a veces ni esto. El número de investigadores que ha publicado n artículos es inversamente proporcional al cuadrado de n (Esta es la llamada " ley de Lotka".) La mitad de los artículos científicos son producidos por el 5 por ciento de la comunidad científica. La mayor parte de los artículos no son citados jamás. Los que son citados lo son una sola vez en el 58 por ciento de los casos; 2,7 por ciento son citados entre 25 y 100 veces; y sólo un 0,3 por ciento son citados más de cien veces. Estos son resultados de un análisis cientométrico hecho por Eugene Garfield, Director de Citation Index, en un total de casi 20 millones de artículos.

Lo paradójico y maravilloso de la estratificación de la comunidad científica es que va acompañada de la propiedad común del conocimiento. En efecto, para que un trozo de conocimiento sea considerado científico es preciso, aunque no suficiente, que pueda ser compartido: la ciencia es pública, no privada ni, menos aún, oculta. Esta es una de las diferencias entre la ciencia y la técnica. Los diseños técnicos son patentables y comercializables, no así los descubrimientos ni las invenciones de la ciencia.

Como dice Merton, la ciencia es comunista. También sostiene Merton que la consigna de Marx. " De cada cual conforme a sus habilidades, y a cada cual según sus necesidades", se cumple en la comunidad científica . El investigador hace todo lo que puede y recibe de sus colegas (vivos y muertos) todo lo que necesita. Este comunismo cognoscitivo no tiene nada que ver con el altruismo. El científico no distribuye sus resultados porque sea generoso (aunque a menudo lo es), sino porque tiene necesidad de expresarse y de ser reconocido. Sabe que habrá de recibir tanto más cuanto más dé, cuanto mejor comparta lo que obtiene.

En el mercado, la explotación egoísta e incontrolada red recurso común, por ejemplo, los prados y bosques comunales, las aguas subterráneas y los bancos de peces, lleva a la destrucción del recurso. En la comunidad científica, " el toma y daca obran para ampliar el recurso común del conocimiento accesible" (Merton). Otra diferencia entre el mercado y la ciencia es que en ésta no rige la ley de los rendimientos decrecientes. En efecto, cuanto más sabemos tanto más numerosos son los problemas que podemos plantear y deseamos investigar.

El propio Merton se ha beneficiado con el efecto San Mateo. En efecto, aunque ha escrito muchos trabajos en colaboración con otros estudiosos, uno tiende a recordar solo su nombre y a atribuirle todo el mérito. A propósito, la Universidad de Columbia ha decidido honrarse estableciendo la cátedra Robert K. Merton en ocasión del 80º cumpleaños del fundador de la moderna sociología de la ciencia, quien sigue activo y con buen humor, pese a su mala salud. (En su última carta, de la semana pasada, Merton me cuenta que está pasando por una experiencia similar a la de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, los célebres personajes de Mark Twain, cuando asistieron a sus propios funerales). Columbia, ya famosa desde hace un siglo, no necesitaba este honor, pero no pudo sustraerse al efecto San Mateo.


** Dr. en Ciencias Físicas y Matemáticas, Catedrático de Filosofía en la Universidad Mc Gill de Montreal, especializado en epistemología, argentino. Autor de numerosas obras.

BIBLIOGRAFIA





El libro de Metodología de la investigación
de R. Hernández S. y otros es una obra importante sobre todo por su difusión lo que genera algunos inconvenientes adicionales que van más allá de las insuficiencias intrínsecas al texto. Se ha convertido en una obra estándar de consulta. Lo que genera la “obligación” de usarla y hace políticamente incorrecto todo esfuerzo por alertar críticamente acerca de sus lados débiles. Fundamentalmente y esto vale como advertencia al lector el texto tiende a hacer el acento en la forma de enfrentar las investigaciones y no el los procesos y condiciones que generan el pensamiento inquisitivo y creador. Una muy buena guía para una mente acostumbrada a pensar un gran desafió para quienes se estrenan en estas lides.













El reto de pensar en libertad


"Siempre me imaginé el sombrero para pensar como una especie de gorro de dormir flojo y con una borla colgante. Casi como un bonete para los tontos, pero sin la firme arrogancia que es el único signo real de la tontería." "Es una lástima que no exista un auténtico sombrero para pensar que se pueda adquirir en las tiendas. En Alemania y en Dinamarca existe un sombrero para estudiantes, que es una especie de gorro de sabio. Pero la erudición y el pensamiento raramente coinciden. Los eruditos suelen estar muy ocupados aprendiendo sobre el pensamiento de otros como para pensar por sí mismos." De este modo De Bono se dirige al lector para que este abandone las posturas dogmáticas y se apronten a dejarse llevar por un relato sencillo que aborda el complejo tema del pensar. En un breve libro De Bono hace una excelente propuesta a quienes presten atención a su particular apelación. Estimados alumnos el texto forma parte de la bibliografía fundamental de este curso. vea el texto



LA CIENCIA Su método y su filosofía

Mario Bunge

Mientras los animales inferiores sólo están en el mundo, el hombre trata de entenderlo; y sobre la base de su inteligencia imperfecta pero perfectible, del mundo, el hombre intenta enseñorarse de él para hacerlo más confortable. En este proceso, construye un mundo artificial: ese creciente cuerpo de ideas llamado “ciencia”, que puede caracterizarse como conocimiento racional, sistemático, exacto, verificable y por consiguiente falible


Por medio de la investigación científica, el hombre ha alcanzado una reconstrucción conceptual del mundo que es cada vez más amplia, profunda y exacta. vea el texto

PROGRAMA DE ESTUDIOS


PROGRAMA METODOLOGIA DE LA INVESTIGACIÓN EDUCACIONAL


1.- IDENTIFICACION DE LA ASIGNATURA


NOMBRE : METODOLOGIA DE LA INVESTIGACIÓN EDUCACIONAL

CLAVE : HHG 71 11

NUCLEO CURRICULAR : FORMACION PROFESIONAL Y DICIPLINARIA

SEMESTRE : SEPTIMO

FACULTAD : CIENCIAS DE LA EDUCACION




2.- DESCRIPCION DE LA ASIGNATURA Actividad curricular de carácter teórico práctico que pretende proporcionar a los estudiantes una visión introductoria a los principales antecedentes epistemológicos y metodológicos de la investigación social aplicados a la educación.


3.- OBJETIVOS GENERALES Conocer y comprender algunos de los paradigmas de investigación y los modelos metodológicos que de ellos se derivan. Aplicar los conocimientos adquiridos en la detección y solución de problemáticas educativas desde las orientaciones metodológicas tratadas desde el curso. Valorar la proyección y la importancia de la investigación científica en el campo de la educación.


4.- OBJETIVOS ESPECIFICOS Caracterizar los principales paradigmas de investigación en las ciencias sociales. Diferenciar la investigación cualitativa de la cuantitativa. Formular problemas de investigación en el ámbito que pueden ser resueltos usando diseño de investigación cualitativo y cuantitativo. Apreciar la importancia del uso de diferentes tipos de investigación para la resolución de problemas de investigación en el aula, escuela o comunidad. Elaborar y ejecutar un proyecto de educación sobre una temática educativa.


5.- UNIDADES TEMATICAS


Unidad I: .La investigación científica. .Paradigmas de investigación.


Unidad II: Nociones básicas sobre Investigación Cuantitativa .Planteamiento de problemas de investigación Marco teórico Hipótesis y variables Marco metodológico (diseños de investigación, muestreos, procedimientos e instrumentos de recolección de datos) Análisis de datos


Unidad III: Nociones básicas sobre Investigación Cualitativa .Principales tipos de investigación cualitativa Investigación participativa Investigación acción Investigación etnográfica


6.- METODOLOGIA Sesiones teóricas: Exposiciones Discusiones Demostraciones Sesiones Practicas: Talleres


7.- EVALUACIÓN


8.- BIBLIOGRAFÍA

BIENVENIDOS


Comienza un nuevo desafío para este semestre que se prolongará hasta julio, por lo que conviene estar preparados y atenernos a ciertas normas que ya son conocidas para muchos de Uds.


Como ya se hace tradición el blog será el medio de comunicación y forma en que estructuraremos el trabajo conjunto, será el vehiculo de intercambio y cooperación entre nosotros. Cada alumno debe inscribirse en este blog. La fecha de inscripción vence impostergablemente el 20 de marzo. ( les sugiero leer el artículo “cómo inscribirse en un blog”
http://eracontemporanea.blogspot.com/2006_03_01_eracontemporanea_archive.html de Alejandro Tapia ). Para este semestre los controles y evaluaciones buscan monitorear el avance permanente del alumno en el dominio de los contenidos esenciales para enfrentar el Examen final. Por lo que una vez terminada la exposición de cada unidad esta será controlada a través de una prueba de alternativas múltiples. Según el calendario programado.


Fundamental será para este año el trabajo de investigación , vinculado a la creación de competencias aplicadas a la invesigacion socio- educativa. Es un esfuerzo investigativo considerable que pone en juego las habilidades de búsqueda y aplicación de criterios de selección para determinar cuales son las cuestiones más relevantes vinculadas al fenomeno cultural educativo de la comunidad y que son objeto de estudio para los grupos de trabajo.


La materia tratada en clases y el material incorporado a este blog por los alumnos y el profesor constituyen el objeto de evaluación en el examen final, que tendrá el carácter de oral en la modalidad de “elección de tarjeta”.


Finalmente cabe recordar que en el diseño del curso es fundamental la asistencia a clases por lo que el indicador de asistencia será considerado según lo establecido en el reglamento.


Bienvenidos al curso de Metodología de Investigación Educacional